Son las siete de la mañana. Acaban de abrir las
puertas de Halali, el campamento donde hemos pasado la noche y enfilamos la
carretera de grava en dirección a una de
las charcas donde van a beber los animales. Por el horizonte el sol se esfuerza
en salir como cada mañana, abriéndose paso entre la intensa nube de polvo que
flota en el aire.
Un par de jirafas madrugadoras
levantan la cabeza cuando pasamos y nos observan con curiosidad mientras
avanzamos lentamente hacia la orilla. No hay mucho movimiento esta mañana, pero
la joven águila marcial que está posada en las ramas llama nuestra
atención y nos acercamos para hacerle algunas fotos.
Entre tanto los animales
van llegando al abrevadero. Primero son los impalas
de cara negra; las hembras acompañan a los jóvenes a beber mientras los
machos parecen saludarse por la mañana. En
la orilla opuesta a aparecido un rinoceronte
negro. Estos tímidos animales no
suelen dejarse ver de día, así que es
todo un acontecimiento que los fotógrafos quieren aprovechar.
El ruido de los motores disturba, el silencio de la
charca y los animales se mueven
inquietos. Dos machos de oryx
aprovechan para medir sus fuerzas
mientras la avutarda de Kori se
retira elegantemente entre las manadas de springboks.
Tras permanecer durante
unos minutos más en la charca, decidimos
movernos y explorar la pequeña sabana
que hay hacia el norte pero no encontramos nada interesante, solo algunos
grupos de springboks y cebras de Burchell galopando entre la hierba.
Cerca de allí hay un área de descanso y nos entretenemos un rato viendo
como las bandadas de queleas
alborotan intentando beber un poco.
Dejamos atrás la valla de seguridad y avanzamos lentamente
por un camino repleto de baches. De pronto Ana grita que algo viene hacia
nosotros, cuando me indica por donde sólo veo una sombra oscura entre la
hierba, detengo el coche y entonces veo que es un rinoceronte negro a la carrera. Cojo la cámara y disparo la primera
foto, creo que no ha salido muy bien y me dispongo a repetirla pero entonces me
doy cuenta de que viene directo hacia nosotros, ¡nos va a embestir! Tengo que mover
el coche y automáticamente mi mano derecha se mueve hacia la palanca de
cambios… ¡pero no está allí! Nuestro
vehículo es inglés y el cambio de
marchas lo tiene al otro lado. Oh! en la otra mano llevo la cámara y pierdo
unos instantes preciosos mientras la dejo en el asiento de atrás. El "rino"
sigue acercándose, lo tenemos casi
encima y entonces se detiene de golpe, nos mira y continúa su carrera en otra
dirección; detrás aparece un coche lleno de turistas cámara en “ristre”
persiguiéndolo. Nosotros seguimos allí parados reponiéndonos del susto.
Un rato después estamos de nuevo en la carretera de
grava camino de otra charca. Hay un grupo de elefantes un poco más adelante, decidimos acercarnos y mientras están entretenidos les hago algunas
fotos.
Por la derecha aparece una hembra con un “elefantito” de apenas dos meses y cuando me giro para fotografiarlo, él hace un amago de embestir
agitando la cabeza y las orejas. Resulta algo cómico para un paquidermo
de ese tamaño y lo repite unas cuantas veces así que antes de que la madre se
enfurezca pienso que es mejor marcharse. Vaya! no podemos hacerlo, nos hemos quedado en medio de la manada rodeados de
elefantes por los cuatro costados. Parecen estar tranquilos pero yo no estoy
muy a gusto en esta situación, encima el pequeño elefante sale de vez en cuando
de la vegetación e insiste en sus amagos, además nos damos cuenta de que la
manada se está comportando de forma rara. Están arrancando ramas de los árboles
y las dejan caer en el camino de grava formando una barrera, es como si no
quisieran que pasásemos. Cerca de allí, en su posadero, un joven Azor
Lagartijero no se pierde detalle y aprovecho para hacerle un retrato. Mientras,
la manada ha cruzado la carretera y se
dirige a los árboles secos del otro lado, así que antes de que haya más ramas
decido huir de allí.
Por fin llegamos a la otra charca donde parece que la cosa
está más animada. Hay un elefante
bebiendo en un extremo, y en orilla opuesta las jirafas
hacen malabarismos para alcanzar el agua. Hay un par de jóvenes caballitos rayados que se
enzarzan en una pelea amistosa y mientras observamos a los rinocerontes negros que nos recrean con su presencia, una bandada de
gallinas de Guinea rodea nuestro
vehículo. Una sombra pasa sobre nuestras cabezas y se lanza sobre el numeroso
grupo de paseriformes que están en la
orilla, después se eleva y se posa en una rama, el halcón de cuello rojo
tiene una presa en sus garras y la
despluma y come delante de nosotros.
Hace calor, hasta los grupos de springboks se refugian a la sombra de las acacias. Decidimos permanecer unas horas allí disfrutando del vaivén de la fauna.
En el campamento nos comentaron la noche pasada, que hay una
charca donde suele ir a beber un leopardo
a última hora de la tarde, así que cuando el calor a remitido un poco
decidimos ir a buscarla.
El pequeño aparcamiento desde el que se divisa el agua, está
abarrotado, parece que no somos los únicos que saben lo del felino.
Tras una hora de espera, el conductor del coche que hay
frente a nosotros me hace señas con la
mano, parece que está viendo al gato pero desde donde nosotros estamos no puedo
ver nada, la vegetación me impide saber que está pasando. Otro de los
vehículos, cansado de esperar decide marcharse y aprovecho el hueco dejado para
cambiar de posición. Ahora sí, aunque
aún lejos, puedo ver al leopardo.
Hace falta otra media hora de espera para que el animal se decida a acercarse;
pero no bebe, se limita a pasear por la orilla y después se aleja para tumbarse
en la hierba.
El sol empieza a flaquear en el horizonte tras la permanente nube de polvo y nos indica que no tenemos más tiempo. Es hora de
regresar al campamento antes de que cierren las puertas.























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