2013/05/31

Un día en Ethosa



   Son  las siete de la mañana. Acaban de abrir las puertas de Halali, el campamento donde hemos pasado la noche y enfilamos la carretera de grava en dirección  a una de las charcas donde van a beber los animales. Por el horizonte el sol se esfuerza en salir como cada mañana, abriéndose paso entre la intensa nube de polvo que flota en el aire.



 Un par de jirafas madrugadoras levantan la cabeza cuando pasamos y nos observan con curiosidad mientras avanzamos lentamente hacia la orilla. No hay mucho movimiento esta mañana, pero la joven águila marcial  que está posada en las ramas llama nuestra atención y nos acercamos para hacerle algunas fotos. 


 Entre tanto los animales van llegando al abrevadero. Primero son los impalas de cara negra; las hembras acompañan a los jóvenes a beber mientras los machos  parecen saludarse por la mañana. En la orilla opuesta a aparecido un rinoceronte negro. Estos tímidos animales  no suelen dejarse ver  de día, así que es todo un acontecimiento que los fotógrafos quieren aprovechar.

 
 

El ruido de los motores disturba, el silencio de la charca  y los animales se mueven inquietos. Dos machos de oryx aprovechan para medir sus fuerzas  mientras la avutarda de Kori se retira elegantemente entre las manadas de springboks.



Tras  permanecer durante unos minutos más  en la charca, decidimos movernos y explorar  la pequeña sabana que hay hacia el norte pero no encontramos nada interesante, solo algunos grupos de springboks y cebras  de Burchell galopando entre la hierba. Cerca de allí hay un área de descanso y nos entretenemos un  rato viendo  como las bandadas de queleas alborotan intentando beber un poco.

 
 
Dejamos atrás la valla de seguridad y avanzamos lentamente por un camino repleto de baches. De pronto Ana grita que algo viene hacia nosotros, cuando me indica por donde sólo veo una sombra oscura entre la hierba, detengo el coche y entonces veo que es un rinoceronte negro a la carrera. Cojo la cámara y disparo la primera foto, creo que no ha salido muy bien y me dispongo a repetirla pero entonces me doy cuenta de que viene directo hacia nosotros, ¡nos va a embestir! Tengo que mover el coche y automáticamente mi mano derecha se mueve hacia la palanca de cambios… ¡pero no está allí!  Nuestro vehículo es inglés y  el cambio de marchas lo tiene al otro lado. Oh! en la otra mano llevo la cámara y pierdo unos instantes preciosos mientras la dejo en el asiento de atrás. El "rino" sigue acercándose, lo tenemos casi encima y entonces se detiene de golpe, nos mira y continúa su carrera en otra dirección; detrás aparece un coche lleno de turistas cámara en “ristre” persiguiéndolo. Nosotros seguimos allí parados reponiéndonos del susto.


 Un rato después estamos de nuevo en la carretera de grava  camino de otra charca.  Hay un grupo de elefantes un poco más adelante, decidimos acercarnos y  mientras están entretenidos les hago algunas fotos. 



Por la derecha aparece una hembra con un “elefantito” de  apenas dos meses y cuando me giro para fotografiarlo, él hace un amago de embestir  agitando la cabeza y las orejas. Resulta algo cómico para un paquidermo de ese tamaño y lo repite unas cuantas veces así que antes de que la madre se enfurezca  pienso que es mejor marcharse. Vaya! no podemos hacerlo, nos hemos quedado en medio de la manada rodeados de elefantes por los cuatro costados. Parecen estar tranquilos pero yo no estoy muy a gusto en esta situación, encima el pequeño elefante sale de vez en cuando de la vegetación e insiste en sus amagos, además nos damos cuenta de que la manada se está comportando de forma rara. Están arrancando ramas de los árboles y las dejan caer en el camino de grava formando una barrera, es como si no quisieran que pasásemos. Cerca de allí, en su posadero, un joven Azor Lagartijero no se pierde detalle y aprovecho para hacerle un retrato. Mientras, la manada ha cruzado la carretera y  se dirige a los árboles secos del otro lado, así que antes de que haya más ramas decido huir de allí.


Por fin llegamos a la otra charca donde parece que la cosa está más animada. Hay un elefante bebiendo en un extremo, y en orilla opuesta  las jirafas hacen malabarismos para alcanzar el agua. Hay un  par de jóvenes caballitos rayados que se enzarzan en una pelea amistosa y mientras observamos a los rinocerontes negros que nos recrean con su presencia, una bandada de gallinas de Guinea rodea nuestro vehículo. Una sombra pasa sobre nuestras cabezas y se lanza sobre el numeroso grupo de  paseriformes que están en la orilla, después se eleva y se posa en una rama,  el halcón de cuello rojo tiene una presa en sus garras  y la despluma y come delante de nosotros.










 
Hace calor, hasta los grupos de springboks se refugian a la sombra de las acacias. Decidimos permanecer unas horas allí disfrutando del vaivén de la fauna.



En el campamento nos comentaron la noche pasada, que hay una charca donde suele ir a beber un leopardo a última hora de la tarde, así que cuando el calor a remitido un poco decidimos  ir a buscarla.
El pequeño aparcamiento desde el que se divisa el agua, está abarrotado, parece que no somos los únicos que saben lo del felino.


Tras una hora de espera, el conductor del coche que hay frente a nosotros  me hace señas con la mano, parece que está viendo al gato pero desde donde nosotros estamos no puedo ver nada, la vegetación me impide saber que está pasando. Otro de los vehículos, cansado de esperar decide marcharse y aprovecho el hueco dejado para cambiar  de posición. Ahora sí, aunque aún lejos, puedo ver al leopardo. Hace falta otra media hora de espera para que el animal se decida a acercarse; pero no bebe, se limita a pasear por la orilla y después se aleja para tumbarse en la hierba. 


El sol empieza a flaquear en el horizonte  tras la permanente nube de polvo y nos indica  que no tenemos más tiempo. Es hora de regresar al campamento antes de que cierren las puertas.

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