Tras cuatro días recorriendo Walvis
Bay y con el coche cubierto de barro, sal y excrementos de pájaros, abandonamos la
ciudad.
La niebla
procedente del atlántico nos acompaña como cada mañana enrareciendo la luz del día y haciéndonos desistir de sacar la
cámara para hacer fotos.
Hoy tenemos que
llegar al campamento llamado Milla 108, pero antes hacemos una parada en Cape Cross, una de las
mayores colonias de focas de la
costa de Namibia.
La
recientemente construida pasarela de madera, se extiende a lo largo de las
rocas donde descansan, juegan o pelean cerca de
un millón de lobos marinos.
Intento encontrar la colonia de chacales que vimos la vez anterior pero no
están. Quizá regresen más adelante cuando empiece la temporada de cría y
encuentren cachorros que robar a sus madres, lo mismo deben pensar las hienas
rayadas que se supone frecuentan este lugar. Sólo encuentro manadas de turistas
moviéndose arriba y abajo a lo largo de
la pasarela mientras las focas dormitan bajo los tablones, tan cerca que se les
podría tocar con la mano, aunque mejor no, las focas muerden.
En la costa la
cacofonía es inmensa y junto con la niebla, la brisa nos trae del mar el
intenso tufo de los animales que a veces llega a ser insoportable. Una hora después
todos somos parte de la manada, todos olemos igual…
a foca.
Nos vamos.
La carretera de sal compactada nos conduce cada vez más al norte entre campos de líquenes,
llanuras de grava y dunas negras; ningún vehículo se cruza ya con nosotros.
Tras 60 Km., divisamos a lo lejos la antena de radio
de lo que debe ser nuestro campamento.
En la pequeña
oficina de recepción sólo hay dos personas soñolientas que nos miran con cara
de sorpresa cuando entramos. Les enseño el justificante de la reserva y les digo
que vamos a pasar la noche allí. El recepcionista mira el papel, mira a su
compañera que está sentada frente a él y después nos dice
-
But, the campsite is closed.
-
¡Claro!.
–pienso yo-. ¡Ya me parecía que esto estaba muy vacío!
También pensé
otras cosas no muy agradables, que no es necesario decir.
De todos modos la
reserva está hecha y pagada, además no
tenemos otro sitio donde ir, así que insisto.
El hombre me
mira, hay un momento de tensión por que nadie sabe que hacer.
-Voy al coche – le digo al recepcionista. –Llamaré por teléfono a mi
agencia a ver que pasa.
- No problem. – contesta él.
“No problem” “No
problem”… ¿ Pero como que no hay problema?
¿Y lo que tenemos
que es? A veces la parsimonia africana llega
a ser desesperante.
Mientas esperamos
que se resuelva el tema, echamos una mirada al campamento. Aparte de la pequeña
caseta de recepción y otro edificio
colindante donde está la antena de radio y que los cormoranes utilizan para
pasar la noche, no hay nada.
La playa de grava
se extiende hasta donde se pierde de vista y apenas unas rocas blancas delimitan
las distintas parcelas del camping. Realmente este es un lugar desolado.
Por fin llega la
llamada telefónica, desde la central les dicen que todo está conforme y que nos
dejen pasar.
El recepcionista
nos indica que podemos acampar donde queramos, ¡Cómo no hay problemas de
sitio…!. –Gracioso el chico- L
-
¡Vale!
– le digo.- También necesitamos llenar el depósito de gasolina.
-
¿Gasolina?
No tenemos gasolina.
-
¡Pero
si ahí tenéis un surtidor! – replico
-
¡Ya,
pero está vacío! ¡Cómo el camping está cerrado!
No se hasta donde
es capaz de llegar este coche con la reserva y no quiero adentrarme en “Costa
esqueletos” con el depósito casi vació. Pregunto donde está la estación de servicio
más cercana.
La chica de
recepción me dice que hacia el sur a 95 Km. en Hentais Bay y hacia el norte en
Terrace Bay dentro del parque pero en la
zona prohibida. Sé que allí no podremos llegar sin autorización, nuestra única
solución es volver atrás e intentar
llegar a Hentais Bay. Aún suponiendo que no nos quedemos en el camino,
volveremos muy tarde al campamento.
Nos dicen que no
hay problema, que la barrera estará abierta cuando volvamos.
Nunca los 100 kilómetros se me
habían hecho tan largos ni la velocidad tan lenta. Mi vista estaba más tiempo
en el indicador de combustible que en la solitaria carretera por la que no circulaba nadie. Ana
a mi lado, creo que contenía la respiración.

Pero llegamos… La
gasolinera estaba abierta y mientras llenábamos el depósito, el “gasolinero” se empeñaba en limpiar el
parabrisas del coche, cuando lo que necesitaba era una limpieza total.
El regreso es
contra reloj, o contra el ocaso. El sol se esconde rápidamente tras las nieblas del horizonte.
Cuando llegamos
la barrera, efectivamente, está abierta, pero la recepción está cerrada y allí no queda nadie.
Nos adentramos en
la grava de la costa buscando el mejor
sitio para montar la tienda, apenas hay luz y sólo los chacales rebuscando en
la playa nos hacen compañía.
Intentamos
dormir.
Dentro de la tienda sólo se oye el soplido del viento y el suave murmullo de las
olas en la playa…
Son las cuatro de
la mañana, el viento sigue soplando y después
de tantas horas el encantador arrullo de las olas se ha convertido en un
insoportable estruendo.
¿Una casita junto
al mar?... ¡Ya! Pues en estos momentos se me ha quitado la idea de la cabeza…
Fuera de la
tienda todo es oscuridad, la niebla tapa las estrellas y la luna -si es que la
hay-. Aún faltan dos horas para que el cielo comience a clarear y hace frío,
Creo que los chacales se han cansado ya de merodear y se han ido dejándonos
solos en mitad de la nada.
Acurrucados en el
saco esperamos a que amanezca.
…………………………………







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