2013/05/10

NAMIBIA - Problemas en Milla 108





Tras cuatro días recorriendo Walvis Bay   y con el coche cubierto de barro, sal  y excrementos de pájaros, abandonamos la ciudad.

La niebla procedente del atlántico nos acompaña como cada mañana enrareciendo la luz  del día y haciéndonos desistir de sacar la cámara para hacer fotos.



Hoy tenemos que llegar al campamento llamado Milla 108, pero antes  hacemos una parada en Cape Cross, una de las mayores colonias de focas de  la costa  de Namibia.



    La recientemente construida pasarela de madera, se extiende a lo largo de las rocas donde descansan, juegan o pelean cerca de  un millón  de lobos marinos. Intento encontrar la colonia de chacales que vimos la vez anterior pero no están. Quizá regresen más adelante cuando empiece la temporada de cría y encuentren cachorros que robar a sus madres, lo mismo deben pensar las hienas rayadas que se supone frecuentan este lugar. Sólo encuentro manadas de turistas moviéndose  arriba y abajo a lo largo de la pasarela mientras las focas dormitan bajo los tablones, tan cerca que se les podría tocar con la mano, aunque mejor no, las focas muerden.

 En la costa la cacofonía es inmensa y junto con la niebla, la brisa nos trae del mar el intenso tufo de los animales que a veces llega a ser insoportable. Una hora después todos somos parte de la manada, todos olemos igual…
 a foca.




Nos vamos.
    La carretera  de sal compactada nos conduce  cada vez más al norte entre campos de líquenes, llanuras de grava y dunas negras; ningún vehículo se cruza ya con nosotros.
 Tras 60 Km., divisamos a lo lejos la antena de radio de lo que debe ser nuestro campamento.
En la pequeña oficina de recepción sólo hay dos personas soñolientas que nos miran con cara de sorpresa cuando entramos. Les enseño el justificante de la reserva y les digo que vamos a pasar la noche allí. El recepcionista mira el papel, mira a su compañera que está sentada frente a él y después nos dice
-         But, the campsite is closed.
-         ¡Claro!. –pienso yo-. ¡Ya me parecía que esto estaba muy vacío!
También pensé otras cosas no muy agradables, que no es necesario decir.
De todos modos la reserva está hecha y pagada, además  no tenemos otro sitio donde ir, así que insisto.
El hombre me mira, hay un momento de tensión por que nadie sabe que hacer.
    -Voy al coche – le digo al  recepcionista. –Llamaré por teléfono a mi agencia a ver que  pasa.
   - No problem. – contesta él.
“No problem” “No problem”… ¿ Pero como que no hay problema?
¿Y lo que tenemos que es? A veces la parsimonia africana llega  a ser desesperante.

Mientas esperamos que se resuelva el tema, echamos una mirada al campamento. Aparte de la pequeña caseta de recepción  y otro edificio colindante donde está la antena de radio y que los cormoranes utilizan para pasar la noche, no hay nada.

La playa de grava se extiende hasta donde se pierde de vista y apenas unas rocas blancas delimitan las distintas parcelas del camping. Realmente este es un lugar desolado.


Por fin llega la llamada telefónica, desde la central les dicen que todo está conforme y que nos dejen pasar.
El recepcionista nos indica que podemos acampar donde queramos, ¡Cómo no hay problemas de sitio…!.   –Gracioso el chico- L

-         ¡Vale! – le digo.- También necesitamos llenar el depósito de gasolina.
-         ¿Gasolina? No tenemos gasolina.
-         ¡Pero si ahí tenéis un surtidor! – replico
-         ¡Ya, pero está vacío! ¡Cómo el camping está cerrado!

No se hasta donde es capaz de llegar este coche con la reserva y no quiero adentrarme en “Costa esqueletos” con el depósito casi vació. Pregunto donde está la estación de servicio más cercana.
La chica de recepción me dice que hacia el sur a 95 Km. en Hentais Bay y hacia el norte en Terrace Bay dentro del parque  pero en la zona prohibida. Sé que allí no podremos llegar sin autorización, nuestra única solución es volver  atrás e intentar llegar a Hentais Bay. Aún suponiendo que no nos quedemos en el camino, volveremos muy tarde al campamento.
Nos dicen que no hay problema, que la barrera estará abierta cuando volvamos.

Nunca los 100 kilómetros se me habían hecho tan largos ni la velocidad tan lenta. Mi vista estaba más tiempo en el indicador de combustible que en la solitaria  carretera por la que no circulaba nadie. Ana a mi lado, creo que contenía la respiración.





Pero llegamos… La gasolinera estaba abierta y mientras llenábamos el depósito, el “gasolinero” se empeñaba en limpiar el parabrisas del coche, cuando lo que necesitaba era una limpieza total.

El regreso es contra reloj, o contra el ocaso. El sol se esconde rápidamente tras  las nieblas del horizonte.

Cuando llegamos la barrera, efectivamente, está abierta, pero la recepción está  cerrada y allí no queda nadie.
Nos adentramos en la grava de la costa  buscando el mejor sitio para montar la tienda, apenas hay luz y sólo los chacales rebuscando en la playa nos hacen compañía.



Intentamos dormir.
 Dentro de la tienda sólo se oye el  soplido del viento y el suave murmullo de las olas en la playa…

Son las cuatro de la mañana, el viento sigue soplando y  después de tantas horas el encantador arrullo de las olas se ha convertido en un insoportable estruendo.
¿Una casita junto al mar?... ¡Ya! Pues en estos momentos se me ha quitado la idea de la cabeza…

Fuera de la tienda todo es oscuridad, la niebla tapa las estrellas y la luna -si es que la hay-. Aún faltan dos horas para que el cielo comience a clarear y hace frío, Creo que los chacales se han cansado ya de merodear y se han ido dejándonos solos  en mitad de la nada.
Acurrucados en el saco esperamos a que amanezca.

                                    …………………………………



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